Mi afición a la Astronomía le debe mucho a mi amigo Guillermo. Él fue el primero que me habló de esa maravillosa y grandiosa ciencia en un curso que impartía en la Sede que nuestra Universidad tiene en el paseo de Ramón y Cajal, justo en el mismo edificio donde antes estuvo la Escuela de Comercio, en la que estudié durante ocho años mi carrera de Profesor Mercantil.
Guillermo es un eminente astrofísico, especializado en vientos estelares. Observó y realizó su tesis doctoral en el observatorio de Trieste y es catedrático de Física y vicerrector de la Universidad de Alicante, donde ha formado con sus antiguos alumnos un eficiente equipo científico que participa en el proyecto Integral de la Unión Europea y otros avanzados trabajos de Astrofísica y Cosmología.
He vivido con él grandes aventuras, como cuando fuimos con un grupo de astrónomos profesionales y amateurs a estudiar un eclipse de sol en el altiplano de Bolivia, y después recorrimos en un barquito cochambroso el Mamoré, un afluente del Amazonas, rodeados de peligros y, sobre todo, de mosquitos. Como concejal del Ayuntamiento de Mutxamel, ofició la boda civil de mi hija Natalia. Con él he investigado el cielo y he compartido la gachamiga de Raspai, que sirve de rito iniciático a los novatos de la Agrupación Astronómica de Alicante; pero, sobre todo, he conversado muchas veces y he recibido el valioso y desinteresado testimonio de su amistad.
Conocer a lo que en lenguaje popular se llama un sabio, es decir, a un hombre de ciencia, resulta revelador y estimulante. Uno ve que la categoría intelectual, lejos de convertir a su poseedor en un engreído, muestra toda la humanidad entrañable de quien no ha dejado nunca de ser niño. Es esa curiosidad infantil de los científicos lo que más me gusta de ellos. Además, Guillermo, con su titulación académica, con sus trabajos en los observatorios más importantes del mundo, con su tremenda cultura científica, no ha dejado de ser un hombre del pueblo y de pueblo. Alguna vez he ido a su villa natal para descubrirlo dentro de su chilaba, celebrando con sus vecinos la fiesta de moros y cristianos; y en ocasiones le he oído, en valenciano, echar de menos la palmera y el pozo que tenía en la vieja casa de labranza de sus padres, en la huerta muchamelera.
Generoso como es, no rechaza nunca cualquier tarea que se le proponga, en beneficio de sus conciudadanos y de su país. Y así, se complica la vida y se la complican quienes saben de su honesta entrega a la sociedad. No le bastaba con ser vicerrector de la Universidad de Alicante, que se lió la manta a la cabeza cuando el PSOE local le pidió que se presentara para concejal de su pueblo; y ahora, por si fuera poco, va el sexto en la candidatura de su partido para Alicante. Si el PSOE consigue los votos suficientes, Guillermo será diputado, si no, habrá trabajado como el que más para quedarse en su pueblo y su universidad con sus otras obligaciones; porque el sexto es, precisamente, el puesto que se disputan los dos partidos mayoritarios.
Cuando me enteré de que mi amigo Guillermo se presentaba para diputado, me llené de orgullo por mi tierra, la única de España que cuenta en sus candidaturas con dos científicos eminentes. El otro es Bernat Soria, el sabio que investiga con células madre para curar la diabetes y otras penosas enfermedades de origen genético. El doctor Soria había desarrollado su trabajo en la Universidad de Elche desde su fundación, hasta que los fundamentalistas religiosos del PP valenciano lo forzaron a dejar su laboratorio y buscar amparo en la Andalucía de Chaves, y ha acabado siendo ministro de Sanidad y cabeza de lista por Alicante. Soria nos dice cómo somos por dentro y Guillermo nos enseña el mundo exterior hasta sus últimos confines. Y los dos apoyan el proyecto de modernizar España, desde la ciencia y desde la política. A ver si en este país se cumple al fin el sueño del doctor Negrín, de Platón, Tomás Moro y Campanela; el sueño de Utopía, donde los sabios participaban en el gobierno de una sociedad ideal.
No sé si conseguir el acta de diputado será lo mejor que le puede pasar a mi amigo Guillermo Bernabeu, pero sí sé, con toda seguridad, que es lo mejor que le puede pasar a Alicante.
Miguel Ángel Pérez Oca.
(Leído en Radio Alicante el 26-2-2008)
miércoles, 27 de febrero de 2008
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